La psicóloga María José Guilfoyle escribe este artículo para el blog de Neuropsicología y Salud de la Consulta, en el que explica este concepto a nivel cerebral, la influencia de la espiritualidad en la resiliencia, y proporciona algunos consejos prácticos para trabajar esta capacidad.
¿Qué es la resiliencia?
La resiliencia es la habilidad de desarrollar una adaptación exitosa (tanto ante eventos situacionales como permanentes) ante factores biológicos de riesgo o eventos de vida estresantes.
La regulación de mecanismos neurobiológicos cognitivos y psicológicos vinculados con la respuesta a dichas situaciones o cambios permite que se lleven a cabo respuestas adaptativas; de manera que se mantenga la homeostasis de las funciones biológicas principales y se pueda volver al funcionamiento fisiológico previo. En pocas palabras, podríamos decir que la resiliencia es la capacidad de superar la adversidad permitiendo al individuo un desarrollo psicológico y físico adecuado.
Por otro lado, podemos ver que no todo el mundo es igual de resiliente. Mientras que hay personas que son capaces de adaptarse ante la adversidad, hay otras que desarrollan conductas mal adaptativas, como la adicción, depresión o la ansiedad. Al saber que hay un sustrato neurobiológico, podemos decir que se pueden desarrollar estrategias (terapéuticas, farmacológicas y psicológicas) para la gestión de la adversidad.
Y, ¿tiene algo que ver con nuestro cerebro?
Las bases neurobiológicas y neuroquímicas, estructurales y funcionales de la memoria y vigilia, tienen gran importancia en los cambios que se dan en la conducta resiliente.
Estas, se reactivan de manera autónoma para sustentar recuerdos; en ello, también interviene la neocorteza cerebral, el complejo amigdalino (involucrado en el procesamiento emocional, hace que la memoria sea muy intensa), el hipocampo (involucrado en la evaluación del contexto, contiene “células del lugar” que ayudan a generar un mapa del sitio en el que nos encontramos) y el locus cerúleo.
En concreto, con respecto a la memoria, lo más relevante es que tiene que ver con la generación de nuevas recuerdos (nuevos relatos sobre la situación adversa, estresante o traumática), para ello se requiere de la selección y aprendizaje de nuevas estrategias, resolución de problemas, representación del contexto y reorganización de ensambles neuronales (interconexiones entre las neuronas que ayudan a representar la memoria).
Por otro lado, en momentos de estrés, nuestro cuerpo reacciona, en concreto, es el eje cerebro-hipotálamo- suprarrenal-gonadal, que se encarga de la secreción de cortisol; esta sustancia en concentraciones elevadas, atenta contra la resiliencia, alterando el desarrollo normal, reproducción y respuesta inmunológica. Por el contrario, ante el estrés la testosterona desciende, lo que produce disminución de atención, de proactividad y de la autoconfianza, además de pobre asertividad, estados de ánimo depresivos, dificultad para ejercer pensamiento colateral, disfunciones sexuales y poca creatividad.
Hay otra sustancia que también es importante en la resiliencia, la di-hidro-epi-androsterona (DHEA). Esta, inhibe las sobreexpresiones de los glucocorticoides, siendo pro-resiliente. Desde el punto de vista hormonal con la acción antiglucocorticoidea contrarresta los efectos del cortisol. Se ha visto, que las personas con menor respuesta de DHEA tienen más probabilidad de padecer trastornos psiquiátricos como depresión, trastorno de estrés postraumático (si hay elevados niveles de DHEA, aunque también los haya de cortisol, previenen el desarrollo de TEPT). Además, vemos que las situaciones adversas modulan la actividad neuronal cerebral de la resiliencia y la conducta del individuo.
Las personas poco o no resilientes suelen tener episodios (frecuentes e intensos) de reactivación de la memoria consciente del momento estresante, esto se traduce por ejemplo en la aparición de pensamientos compulsivos e intrusivos. En cambio las personas pro-resilientes son capaces de sobreponerse y superar los contratiempos, saliendo incluso fortalecidos de lo negativo y con buen ánimo. Todo ello, podría tener cierta relación con la inteligencia. Se observa que las personas con mayor capacidad intelectual y mayor nivel de conocimientos procesan mejor las situaciones traumatizantes y afrontan de mejor manera el estrés. En pocas palabras, son más resilientes. También hay que tener en cuenta, el tipo, intensidad, duración y momento del desarrollo de la persona en la que ocurre la experiencia adversa; si bien esto afecta a la salida conductual del sujeto (ya sea de vulnerabilidad o resiliencia).
A grandes rasgos, los sistemas involucrados en la resiliencia incluyen: el sistema de la motivación-acción-recompensa (núcleo accumbens-área tegmental ventral), de las emociones (amígdala-hipocampo), del estrés (eje hipotálamo-hipófiso-adrenal) y de la representación, evaluación y discriminación del contexto (corteza prefrontal-hipocampo).
¿Y esto, tiene algo que ver con la espiritualidad?
La espiritualidad es una dimensión genuinamente humana, si bien nos diferencia de otros seres vivos. Vemos cómo se manifiesta en nosotros a través de preguntas trascendentales, como puede ser: ¿De dónde venimos?, ¿A dónde vamos? Aunque sea un poco general y abstracto, la espiritualidad, en pocas palabras, es la capacidad que tenemos de comprender lo que somos y nuestro papel en el mundo.
Según Speck, hay tres dimensiones en la espiritualidad: la capacidad de trascender de lo material, los valores y fines últimos, y el significado existencial del ser humano.
Podemos decir que el cultivo de la espiritualidad nos ayuda a contextualizar nuestro comportamiento y el transcurso de nuestra vida desde un punto de vista más amplio y dándole valor a nuestro camino vital y crecimiento. Ya en el siglo pasado, Gardner hablaba de la inteligencia espiritual o existencial. La definió como “la capacidad para situarse a si mismo con respecto al cosmos, así como la capacidad de situarse así mismo con respecto a los rasgos existenciales de la condición humana como el significado de la vida, el significado de la muerte y el destino final del mundo físico y psicológico en profundas experiencias como el amor a otra persona o la inmersión en un trabajo de arte”.
Si nos paramos a pensar en aquellas personas con enfermedades terminales y en su contacto con la muerte, podríamos pensar que el fin de la vida, la pérdida de autonomía, de salud… puede ser percibido como una amenaza, como una situación para la que es bastante complicado tener los recursos suficientes para hacerle frente; por tanto, algo tiene que ver la resiliencia con el transcurso de la enfermedad o la transición de la vida a la muerte, ¿no?
En estos casos, la resiliencia tiene un papel fundamental, si bien es uno de los factores que contribuye a que la persona tenga bienestar subjetivo. Por otro lado, en los momentos de enfermedad o contacto con la muerte, también se ve cómo la espiritualidad cobra relevancia, tanto, que favorece la salud y el bienestar emocional, llegando a asociarse con mayor control sintomático y niveles más bajos de ansiedad y depresión. Estudios han demostrado que la resiliencia y espiritualidad correlacionan de manera positiva y significativa, hasta el punto de que la espiritualidad se podría considerar un factor de la resiliencia.
La espiritualidad es una necesidad que tenemos las personas y que una vez cubierta, se convierte en un recurso, favoreciendo el bienestar emocional y fomentando que el contacto con el sufrimiento nos haga salir reforzados, en pocas palabras, cuando la espiritualidad está satisfecha se convierte en un recurso que nos hace más resilientes.
¿Cómo ser más resiliente?
Como corolario, algunos consejos para construir resiliencia, brindados por la Asociación Americana de Psicología:
Ayuda a fortalecerse el establecimiento de buenas relaciones con familiares cercanos, amistades y otras personas importantes.
No hay obstáculos insuperables: trate de mirar más allá del presente y piense que en el futuro las cosas mejorarán. No les dé mayor proporción a los problemas de la que tienen.
El cambio es parte de la vida: es posible que como resultado de una situación adversa no le sea posible alcanzar ciertas metas. Aceptar las circunstancias que no pueden cambiar lo ayudará a enfocarse en otras.
Metas realistas: pregúntese acerca de las cosas que puede lograr hoy y que le ayudan a caminar en la dirección hacia la cual quiere ir.
Enfrentar los problemas: ante situaciones adversas tome acciones decisivas; es mejor que ignorar los problemas y las tensiones, y desear que desaparezcan.
Confiar en sí mismo: cultive una visión positiva de sí mismo. Esto le puede servir para desarrollar la confianza en su capacidad para resolver problemas y confiar en sus instintos.
Algunas otras cosas que se pueden hacer para fomentar la resiliencia son, por ejemplo, escribir sobre sus pensamientos y sentimientos más profundos relacionados con la experiencia traumática u otros eventos estresantes en sus vidas. La clave es identificar actividades que podrían ayudarle a construir una estrategia personal para desarrollar la resiliencia.
María José Guilfoyle Teno
Psicóloga
Referencias
https://www.neurologia.com/articulo/2018258 Estrés, plasticidad sináptica y alteraciones conductuales.
https://www.dgcs.unam.mx/boletin/bdboletin/2008_205.html ( qué es un ensamble neuronal ).
https://www.c3.unam.mx/pdf/noticias/NOTICIA_089.pdf
https://www.educamosenfamilia.com/post/qué-entendemos-por-espiritualidad-y-por-qué-es-tan-importante
https://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1130-52742017000300117
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