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Los correlatos neuronales del abuso sexual infantil

La psicóloga Laura Casado, alumna de prácticas de máster en la Consulta, escribe este artículo para el blog de Neuropsicología y Salud, en el que explica las implicaciones a nivel cerebral y neuronal que tiene en el abusador y la víctima del abuso sexual en la infancia.




¿Qué se le pasa por la cabeza a una persona que comete este tipo de delito? ¿qué consecuencias tiene este abuso para el desarrollo cerebral del menor?


Probablemente todos hayamos reflexionado sobre estas u otras preguntas similares en algún momento al ver las noticias, cuando alguien nos cuenta una experiencia dura de su infancia o en cualquier otro momento en el que nos enfrentamos a esta triste realidad. En este artículo podrás encontrar las respuestas a esas preguntas.


¿QUÉ ES EL ABUSO SEXUAL INFANTIL?


El abuso sexual infantil puede definirse como “la participación de un niño, niña o adolescente en una actividad sexual que no entiende plenamente y con respecto a la que no está capacitado para dar su consentimiento fundamentado, o para la cual no está preparado de acuerdo con su nivel de desarrollo y no puede dar su consentimiento” (OMS, 2020). Por tanto, un abuso sexual infantil es un acto sexual cometido hacia un niño de forma no consensuada, dado que éste no se encuentra preparado ni psicológica ni físicamente para ello.


El abuso puede haber sido cometido por un adulto u otro menor con una edad significativamente mayor (por lo menos 5 años) y/o con el que exista una relación de desigualdad de madurez o poder. Existen numerosas conductas que entran dentro de lo que se considera abuso sexual infantil, como penetración o su intento, cualquier tipo de contacto inapropiado, tocamientos, caricias, besos, exhibicionismo, comentarios o insinuaciones de carácter sexual, exposición del niño a pornografía… (OMS, 2020).


En la mayoría de los casos, no se produce intimidación física o coerción para llevar a cabo el abuso, sino que el agresor se gana la confianza del menor y poco a poco, intentando naturalizar sus acciones, va transgrediendo los límites hacia la conducta sexual. Primero, el agresor se acerca al menor intentando llamar su atención, ofreciéndole regalos, objetos, expresando favoritismo. Cuando ha conseguido su atención, engaña a la víctima presentándole una realidad en la que ese tipo de comportamientos son comunes. Finalmente, los abusos se repiten de forma programada, en situaciones específicas (Baita y Moreno, 2015) El abuso sexual es un abuso en tres niveles: sexual, de poder y de confianza (Escribano, Silva, García, Fernández, Maillo, 2018).


Esta situación se puede mantener durante bastante tiempo sin que el niño diga nada de lo que está pasando, puesto que el agresor recurre a manipulaciones emocionales de todo tipo para mantenerle callado (“tu familia se enfadará mucho si lo cuentas”, “nadie va a creerte incluso si lo cuentas”, “vas a destrozar a tus padres”).


EN EL CEREBRO DEL ABUSADOR


El abusador tiene una motivación para cometer el abuso (preferencia sexual, satisfacer necesidades afectivas o incompetencia sexual) y una tendencia a justificar el abuso (“me estaba provocando”, “realmente lo estaba disfrutando”) (Escribano et al., 2018).


Es importante remarcar que un pedófilo no es lo mismo que un pederasta. Un pedófilo es alguien que siente excitación por un niño, mientras que un pederasta quien realiza un abuso sexual infantil. En la persona que comete abuso sexual infantil, se mezclan una serie de componentes más allá que la pedofilia, como componentes morales, desinhibición de la conducta, emocionales y empáticos (Pérez, 2021).


Se han encontrado alteraciones en distintas áreas cerebrales:


  • El polo temporal es un área que se encuentra en el lóbulo temporal, cuyas funciones están relacionadas con el procesamiento socioemocional, es decir, atribuir significado y carga emocional a la experiencia personal. También se asocia con la Teoría de la Mente o la habilidad para inferir deseos, intenciones, creencias y pensamientos de los otros, su estado mental y emocional (Olson, Plotzker y Ezzyat, 2007). Alteraciones en esta área podrían estar relacionadas con una falta de empatía, e incapacidad para conectar con las emociones de la víctima, que aparecen en las personas que cometen este tipo de delitos (Pérez, 2021). De hecho, se encontró una reducción significativa del volumen de materia gris en el polo temporal derecho en pederastas en comparación con pedófilos y un grupo control (Schiffer et al., 2017).

  • La Corteza Cingulada Anterior se relaciona con procesos cognitivos (atención, toma de decisiones, resolución de conflictos, planificación) motores (control de respuestas adecuadas) y sensoriales. Una zona concreta, el área dorsal, se relaciona con la regulación de emociones, el control de conflictos y la inhibición del comportamiento. Distintos estudios han encontrado alteraciones en el área dorsal de la corteza cingulada anterior, sugiriendo que los pederastas mostrarían una mayor activación en esta área y, por tanto, mayor impulsividad y disminución del autocontrol.

  • La Corteza Prefrontal y áreas del Sistema Límbico: el sistema límbico se encarga de la supervivencia, impulsándonos haca la seguridad, evitación del dolor y búsqueda de placer. Son impulsos no conscientes, por eso es el trabajo de la corteza prefrontal, la parte “racional y consciente” de nuestro cerebro, encargada del razonamiento lógico y el pensamiento abstracto, el regular nuestra conducta (Portela y Muñoz, 2020).

De hecho, la corteza prefrontal dorsolateral y la amígdala son estructuras muy relacionadas con la excitación sexual en general, tanto para los procesos de excitación como para los de autorregulación. Algunos autores afirman que mientras la amígdala y otras estructuras se relacionan con la excitación, la corteza prefrontal dorsolateral entre otras estructuras se relaciona con la inhibición de la excitación en personas normales (Beauregard, LéVesque y Bourgouin, 2001). Sin embargo, se encuentran en los agresores una menor activación de la corteza prefrontal ante estímulos sexuales, lo que podría sugerir una menor regulación e inhibición de la conducta. Es decir, se fortalece el planteamiento de que el abusador tendría un menor control ante el estímulo sexual. A su vez, la reducción en la activación de la amígdala ante estímulos emocionales que también aparece podría indicar una alteración en el procesamiento correcto de emociones, tales como conductas desadaptativas ante emociones negativas o la falta de empatía hacia la víctima, así como comportamientos sexuales inadecuados (Pérez, 2021). Todo ello sumado a las alteraciones encontradas en pederastas manifestando déficits en áreas de las lesiones prefrontales ventromediales, relacionadas con el aprendizaje y el comportamiento moral.


De hecho, algunos investigadores encontraron en pedófilos una patología de personalidad caracterizada por falta de asertividad, sociopatía y distorsiones cognitivas, impulsividad y baja autoestima (Cohen et al., 2002).


¿CÓMO AFECTA A LA VÍCTIMA?


El abuso sexual infantil tiene consecuencias importantes no sólo en la víctima, sino también en la estructura familiar, en la salud mental, salud física, integridad personal, habilidades sociales o desarrollo personal y educativo, tanto a corto como a largo plazo. Algunas consecuencias son más visibles e inmediatas (hematomas, hemorragias, embarazos no deseados, lesiones, enfermedades de transmisión sexual…), pero otras permanecen durante mucho tiempo y son más complicadas de ver a simple vista (Trastorno de estrés postraumático, ansiedad, depresión, baja autoestima, conducta autolesiva…).


Se considera que el neurodesarrollo está relacionado no sólo con la genética, sino también con el ambiente y la estimulación que recibe el infante. Debido a ello, si el niño no se desarrolla en un entorno óptimo, sus funciones cerebrales pueden verse afectadas (Portela y Muñoz, 2020). En el caso del abuso sexual infantil, se pueden producir alteraciones neuropsicológicas debido al estado constante de estrés en el que viven las víctimas durante el período en el que se producen dichos abusos. Si el abuso es constante y frecuente, estas alteraciones se agravan. Debido al estrés constante, se produce una desregulación en la secreción de las hormonas de cortisol y epinefrina, que permanecen en niveles más elevados de lo habitual constantemente, alterando el eje hipotálamo-hipofisiario-adrenal (Cohen et al., 2017).


Además, también se producen alteraciones en el sistema límbico y en la corteza prefrontal. Algunos autores (Bremmer et al., 2003; Cohen et al., 2017; De Bellis, 2015) encuentran que en víctimas de abusos sexuales infantiles se producía una reducción intracraneal y del cuerpo calloso, en la corteza cingulada anterior, el núcleo caudado y el hipocampo. Las alteraciones en estas áreas están relacionadas con dificultades para la regulación y el desarrollo emocional. Esto afectará al procesamiento de las emociones de la víctima, teniendo dificultades para el reconocimiento emocional, el equilibrio o el desarrollo de emociones, pudiendo permanecer en estados de alerta constantes. También pueden aparecer dificultades en el control de la conducta, agresividad y problemas atencionales (Pérez, 2021).


CONCLUSIONES


Debido a la gravedad de esta problemática y sus consecuencias, es importante realizar una adecuada prevención del abuso sexual infantil. Para ello, recursos como el cuento de “Kiko y la mano”(https://www.youtube.com/watch?v=XVVJM7X4Ki8) puede ayudar a los niños a aprender los límites que son apropiados en el contacto con un adulto. También, estar atentos como padres a las conductas de nuestro hijo, posibles cambios en su conducta o marcas en su cuerpo que puedan indicar que esto se está produciendo. Es importante hablar de la sexualidad con normalidad, sin transmitir vergüenza y fomentando la asertividad: enseñar a decir que no, dar valor a lo que dicen, respetar sus deseos de tener intimidad y explicar que su cuerpo es sólo suyo.



Herramientas para trabajar con niños pequeños el tema del abuso sexual:



REFERENCIAS


Baita, S. y Moreno, P. (2015). Abuso sexual infantil. Montevideo, Uruguay: UNICEFF. Fiscalía General de la Nación, Centro de Estudios Judiciales del Uruguay.


Beauregard, M., Lévesque, J., & Bourgouin, P. (2001). Neural correlates of conscious self-regulation of emotion. The Journal of Neuroscience: The Official Journal of the Society for Neuroscience, 21(18), 1–6.


Bremner, J., Vythilingam, M., Vermetten, E., Southwick, S., McGlashan, T., Nazeer, A., … Charney, D. S. (2003). MRI and PET study of deficits in hippocampal structure and function in women with childhood sexual abuse and posttraumatic stress disorder. American Journal of Psychiatry, 160(5), 924–932.


Cohen, L., Nikiforov, K., Gans, S., Poznansky, O., McGeoch, P., Weaver, C., … Galynker, I. (2002). Heterosexual male perpetrators of childhood sexual abuse: A preliminary neuropsychiatric model. Psychiatric Quarterly, 73(4), 313–336.


De Bellis, M., Keshavan, M., Spencer, S. y Hall, J. (2000). N-acetylaspartate concentration in the anterior cingulate of maltreated children and adolescents with PTSD. American Journal of Psychiatry, 157(7), 1175–1177.


Escribano, C., Silva, I., Maillo, I., Fernández, R. y García, A. (2018). Abuso sexual infantil. Guía. Fundación Edelvives: Centro Universitario Cardenal Cisneros. Protección del menor.


Olson, I., Plotzker, A. y Ezzyat, Y. (2007). The Enigmatic temporal pole: A review of findings on social and emotional processing. Brain, 130(7), 1718–1731.


Organización Mundial de la Salud. (2020). Cómo responder a niños, niñas y adolescentes que han sufrido abuso sexual. Directrices clínicas de la OMS. Washington, Estados Unidos: Organización Panamericana de la Salud.


Pérez, P.A. (2021). Abuso sexual infantil. Universidad de la república. Facultad de psicología.


Portela, W.M. y Muñoz, J.I. (2020). Revisión documental afectación neuropsicológica en niños y niñas víctimas de abuso sexual infantil. Institución Universitaria Politécnico Grancolombiano. Facultad de psicología.


Schiffer, B., Amelung, T., Pohl, A., Kaergel, C., Tenbergen, G., Gerwinn, H., … Walter, H. (2017). Gray matter anomalies in pedophiles with and without a history of child sexual offending. Translational Psychiatry, 7(5), 1–8.



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