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Hay medios para proteger a los menores de la pornografía

El Doctor Carlos Chiclana realiza la siguiente entrevista para Aceprensa sobre la protección a los menores de la pornografía. En ella, se ha hablado de los efectos perjudiciales de la pornografía a edades tempranas, entre los que se encuentra la adicción a la misma, y de la forma en que se puede proteger a los menores de su consumo.




El Dr. Carlos Chiclana, experto en psiquiatría y profesor en la madrileña Universidad San Pablo CEU, le ha dedicado buen tiempo al estudio de los perjuicios provocados por la pornografía. Ver llegar a su consulta a personas que le confesaban tener problemas por este hábito y que le pedían ayuda, lo empujó a interesarse más en ello, a publicar un libro (Atrapados en el sexo: Cómo liberarte del amargo placer de la hipersexualidad).


Recientemente, Chiclana y la Dra. Gemma Mestre-Bach han realizado una revisión bibliográfica para determinar cuántas investigaciones han tocado el tema de los daños que causa el porno específicamente en la mente y la conducta de los más jóvenes.

Según explican en la introducción, “los efectos perjudiciales han sido ampliamente estudiados en población adulta, [pero] los estudios en niños y adolescentes siguen siendo escasos, probablemente debido a las dificultades en el procedimiento, las limitaciones éticas de la temática en cuestión, la ignorancia sobre esta realidad y la rápida colonización que la pornografía ha hecho de las redes sociales, series y vídeos a los que los adolescentes tienen acceso ilimitado. Ni los padres ni los investigadores han llegado a tiempo para conocer esta realidad que se ha impuesto”.


Para haber pasado ya varias décadas desde la aparición de Internet –que ha facilitado a los menores de edad el acceso a esos contenidos–, puede sorprender la lentitud en definir si el porno implica para ellos perjuicios concretos, indiscutibles:

— De las investigaciones examinadas por ustedes, queda en claro que no existe consenso respecto a si el porno modifica o no las conductas de los adolescentes. ¿A qué se debe la disparidad de criterios?

— La experiencia clínica apunta a que la pornografía afecta de manera notable la conducta de los adolescentes, y así lo muestran muchos estudios, aunque por ahora son insuficientes. Son necesarios más, con más participantes y con seguimiento durante años.


La ciencia, mejor sin presiones

— Una adicción implica la adopción de un hábito dañino para la persona. Muchos casos demuestran que el consumo de materiales porno puede, por lo repetitivo y por la búsqueda de sensaciones e imágenes más fuertes, clasificarse como tal. Pero algunas asociaciones de psiquiatras –como la Asociación Americana de Psiquiatría (APA)– rehúyen el tema y el término. ¿Se están imponiendo intereses no científicos?

— La APA refiere que son necesarias más investigaciones científicas, y considero que tiene razón. No es sano que la ciencia se vea alterada por ideologías, presiones mediáticas o sociales, por la moral, la religión o por intereses económicos.

Es lícito rechazar la pornografía por muchos motivos, como la violencia contra la mujer, la corrupción de menores, los abusos, su relación con la trata de personas, el daño moral a la persona, etc., pero estos motivos no son suficientes para considerar su consumo una patología psiquiátrica. Esto hay que demostrarlo y hay todavía muchos interrogantes.

En 2013 la APA rechazó, debido a falta de evidencia empírica y consenso científico, la propuesta de inclusión de este posible trastorno en el Manual Diagnóstico (DSM-5), en el que la dependencia de la pornografía habría sido incluida como un especificador del trastorno hipersexual. Más recientemente, la Organización Mundial de la Salud ha incluido en la CIE-11 el diagnóstico de “trastorno de conducta sexual compulsiva” como un trastorno de control de los impulsos, en el área de los problemas de salud sexual, bajo el cual se incluiría el uso compulsivo de la pornografía.

Se estudia si este trastorno es una adicción comportamental, pero los expertos que participaron en el diseño de la CIE-11, adoptaron un enfoque conservador, al categorizarlo como un trastorno de control de los impulsos, porque aún es escasa la evidencia que lo demuestre.


Para considerar una conducta como adictiva, se debe verificar la frecuencia y la duración de la conducta, la dependencia y los síntomas de abstinencia

¿Todo el que consume pornografía se convierte en un adicto y experimenta numerosas consecuencias negativas, tanto a nivel personal como a nivel interpersonal? La respuesta es no. Muchas personas consumen pornografía e integran esta conducta en su proyecto vital de la forma que ellas consideran.

Es posible identificar tres escalones cualitativos: en el primero de ellos se encuentran personas que consumen pornografía de modo esporádico y recreativo, y que pueden detener la conducta sin dificultad. Habrá consecuencias personales, sociales, familiares, morales, etc., pero no hay patología médica.

En un nivel medio se encontrarían aquello que hacen un uso problemático de la pornografía. La utilizan para regular sus emociones; la frecuencia, la intensidad o el tiempo dedicado son excesivos; gastan dinero de forma desproporcionada, y experimentan consecuencias negativas en su vida sexual. No pueden decir “no” a esta conducta. Estos comportamientos problemáticos requerirían de ayuda profesional.

Finalmente estarían aquellas personas que han generado una dependencia. Esta ha recibido distintos nombres, aunque el más extendido sería el de adicción a la pornografía. Para considerar una conducta como adictiva se tienen que reunir varios criterios médicos, como la frecuencia y duración de la conducta, la dependencia y los síntomas de abstinencia si no la puedes llevar a cabo.


Incidencias negativas concretas

— En su experiencia como psiquiatra, ¿ha tratado casos de adolescentes que puedan encajar en la categoría de pornoadictos?

— Sí; en nuestra consulta atendemos desde hace años a adolescentes que reúnen los criterios para considerar que tienen una adicción comportamental a la pornografía. Son más numerosos los que presentan un uso problemático de la pornografía.

— ¿En qué medida puede el consumo de porno influir la conducta de una persona joven? Se habla de una alteración del funcionamiento cerebral…

— Desde el punto de vista neurobiológico, existen evidencias que muestran alteraciones en estructuras anatómicas cerebrales, al estudiarse con resonancia magnética funcional, electroencefalografía, medidas neuroendocrinas y marcadores neurofisiológicos.

El adolescente “enganchado” al porno no necesariamente muestra signos exteriores de adicción; lo puede llevar en secreto

Aún no se sabe con certeza si estas alteraciones forman parte de las causas del trastorno y favorecen la aparición de un uso problemático de la pornografía, o si, por el contrario, este deterioro neurobiológico es una consecuencia del propio consumo excesivo de pornografía.

Es posible que el consumo se inicie en la etapa adolescente y estas alteraciones neurobiológicas aparezcan de forma paulatina a lo largo de la edad adulta. Sin embargo, al no existir pruebas empíricas, los resultados deben ser interpretados con cautela, debido a las posibles diferencias entre el desarrollo y la madurez cerebral de los adolescentes y los adultos.

— Para un adolescente, ¿cuáles serían, en lo social, los signos más problemáticos derivados de estar “enganchado” al porno?

— No es obligatorio que en lo social se muestren signos de que una persona está enganchada al porno, porque se puede llevar en secreto. Si hablamos de consecuencias sociales y relacionales, el uso de pornografía puede relacionarse con el desarrollo de actitudes permisivas sexuales, la instrumentalización de la sexualidad, el desarrollo de estereotipos de género, la visión de la mujer como un objeto, las jerarquías de género, las actitudes agresivas en el ámbito sexual, la “autoobjetificación”, una alteración de la imagen corporal, una mayor preocupación sexual, mayor probabilidad de reportar victimización física y sexual, relaciones sexuales de riesgo, mayor uso del sexting, encuentros con múltiples parejas sexuales, expectativas irreales sobre la relación sexual, alteraciones en la respuesta y satisfacción sexual y peor calidad de las relaciones afectivas.

También se ha sugerido que el uso de pornografía puede afectar el rendimiento escolar, favorecer el consumo de sustancias y conductas delictivas, fomentar un estilo de vida menos saludable, una sintomatología depresiva y psicosomática, e incitar a acudir a sexo de pago.

Por su parte, algunos autores afirman que la pornografía puede tener efectos positivos, como aumentar el conocimiento sexual, potenciar la autoestima sexual y el deseo en la pareja, aliviar el estrés, disminuir el aburrimiento y generar sensaciones de apoyo e incremento de la satisfacción sexual.

A pesar de toda la información existente respecto a las posibles consecuencias del consumo de pornografía, los resultados son contradictorios y no cuentan con el apoyo unánime de la comunidad científica. Con los datos actuales no se pueden hacer afirmaciones robustas sobre la causalidad de dichas asociaciones. Por ello es necesario realizar más investigaciones sobre las posibles consecuencias del consumo de pornografía en los adolescentes y las variables mediadoras de estas consecuencias.

— Una de las posibles consecuencias de esta práctica sería una mayor agresividad. Algunos investigadores, sin embargo, solo contemplan este resultado como derivación del visionado de porno violento. ¿Qué ha constatado Ud.?

— La realidad en la consulta es que hay adolescentes que sí presentan mayor agresividad y en el último año hemos atendido varios casos de abusos intrafamiliares de adolescentes sobre hermanos o hermanas. Pero una serie de casos no explica toda la realidad.

Algunos estudios muestran que los niños y adolescentes que usaban pornografía eran más propensos a mostrar conductas agresivas que aquellos que no la usaban. Sin embargo, otros no encontraron relación.

Diversos estudios muestran que la exposición a material pornográfico violento generaba un aumento de casi seis veces la probabilidad de comportamiento sexualmente agresivo e incrementaba la frecuencia de agresiones sexuales, y sugieren que habría relación con el abuso y la coerción sexual. Además, se asoció con todos los tipos de violencia en el noviazgo y su aceptación.

Parece, por tanto, que exclusivamente la pornografía violenta podría asociarse a conductas sexuales agresivas, aunque tal asociación es altamente controvertida y requiere de más evidencia empírica para poder obtener resultados concluyentes.

— En contraposición a la variante anterior, ¿se puede hablar de un porno amable, inocuo, llanamente recreativo?

— Hay quienes consideran que puede existir un porno ético, educativo y feminista si cumple los siguientes criterios: ser realizado por actores profesionales, bien pagados, tratados con dignidad y respeto; con los que se acuerde qué harán y qué no, con consentimiento; sin daños físicos, mentales, infecciosos o psicológicos; con disfrute y diversión; que refleje la diversidad de cuerpos, deseos y prácticas sexuales; que no participen menores ni haya relación con la trata de personas, y que paguen todos los impuestos. Si todo el porno fuera así, sería un avance, se reduciría la violencia y el daño a personas.

No obstante, nunca recomendaría su consumo a niños ni adolescentes, no lo utilizaría para la educación sexual, y ni siquiera como entretenimiento. Animaría a quien lo defiende a que se plantee si cumple de verdad una ética de mínimos: que no atente contra algún derecho fundamental, que sea bueno en sí mismo y que no genere perjuicios físicos y psicológicos a personas específicas.


“No es una batalla perdida”

— ¿Es posible, una vez cesado el consumo de porno, restaurar las conexiones cerebrales al punto en que se hallaban en el minuto anterior a la primera vez? ¿Cuál es la esperanza más cierta para quienes se proponen abandonar este hábito?

— Sí, se puede abandonar este hábito y es posible volver a llevar una vida sexual sana e integrada con el propio proyecto de vida. ¡Claro que hay esperanza! Los estudios muestran la eficacia de la terapia cognitivo-conductual, y hay programas terapéuticos específicamente diseñados. Para prevenir las consecuencias perjudiciales del consumo de pornografía será de interés desarrollar programas de educación afectivo-sexual integradores.

— Con la omnipresencia de Internet y la facilidad con que los adolescentes comparten contenidos digitales, impedir su acceso al porno puede ser como intentar poner puertas al campo. ¿Hay modos efectivos de hacerlo, o esta es una batalla en gran medida perdida?

— No es una batalla perdida: sí hay medios para proteger a los niños y adolescentes de la exposición temprana a la pornografía. El principal es la educación sexual desde la infancia, a cargo de los padres y en coordinación con colegios y asociaciones. Además, se pueden emplear filtros de educación parental y medidas legales que los protejan de la exposición temprana e involuntaria.

Actualmente está pendiente en España la aprobación de una ley de medios audiovisuales que cumpla una directiva del Parlamento Europeo. Tal como se indica en el anteproyecto de ley, se han de tomar “las medidas necesarias para la protección de los menores en el servicio de intercambio de vídeos a través de plataforma respecto de los programas, los vídeos generados por usuarios y las comunicaciones comerciales audiovisuales que puedan perjudicar su desarrollo físico, mental o moral y, en todo caso, impedir el acceso a escenas que contengan violencia gratuita o pornografía”.

A muchos profesionales nos parece que la directiva, y su consecuente aplicación en cada Estado miembro, puede ser una buena oportunidad para que se regule el acceso a contenidos pornográficos, de forma que se proteja a los menores y se promueva una educación sexual integral y de calidad.

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