La psicóloga Cristina María Vizuete publica este artículo para el Blog Sexualidad y Salud de la Consulta Doctor Carlos Chiclana.
Te mira y le devuelves la mirada. Sutilmente comprendes, que la otra persona, algo quiere de ti y que tú también quieres algo de ella.
Comienzan algunos besos y caricias. Sientes el calor de la otra persona, la confianza, las ganas de tomar prestada su esencia…
Su olor, el calor de sus besos, su pelo… Y de repente, un pensamiento surca tu mente, que te roba la paz y la concentración. Como si se levantara de pronto un viento fuerte y se llevara volando lejos tu mente a otra parte. Pero tu cuerpo permanece ahí. Y la otra persona aún no ha percibido que te has ido lejos. Entonces piensas: “debo continuar como si nada, volver a concentrarme y cruzar los dedos para que esto no vuelva a pasarme”. Acomodas de nuevo la postura, te rascas la cabeza, te tocas la cara para despejarte y besas fuerte a la otra persona, para que piense que nada pasa. Pero tu atención está dividida. Tus ganas de hacerlo bien, están ahí, en ese instante.
Es casi como tener aferrado un globo de helio que no quieres que se escape, tus esfuerzos están en no soltarlo, pero tu mente está rondando una y otra vez en qué pasará si lo sueltas. La mente toma el control, saca toda la artillería para continuar, casi como un director de orquesta que lucha porque todo fluya agradable, para alcanzar la armonía.
Al final, tomo decisiones, “ahora hago esto, ahora lo otro…” y cuando termina la función, la melodía no ha ido acompasada, la otra persona ha percibido mis esfuerzos y me queda la preocupación de si la próxima vez me pasará lo mismo.”
Sentimos que nada tiene que ver, cuando nos pasa esto, con lo que tenemos en mente que debe ocurrir en una relación íntima. Es posible que en nuestra mente el acto sexual sea algo más parecido a la canción de Dani J:
“ Te juro que te siento, pequeña y delicada. Y es un dulce narcótico maravilloso saber que me amas. Y como en un reflejo, estás aquí en mi vida. Es esa magia de tenerte cerca cuando me respiras. Tu cuerpo y mi cuerpo, así entrelazados en un boca a boca, no queda un espacio, mientras me cuelgo a tu cintura y voy jugando justo a la locura. Quitémonos la ropa que nos viene bien, recórreme despacio por toda la piel y bésame. Comámonos a besos, ven devórame. Y bésame, abrázame. Amémonos despacio y luego quédate. Te juro que te siento, aunque no digas nada. Y son esas caricias y el perfecto idioma con el que tú me hablas. Y qué mejor que ahora, que estás a mi lado. Y ya no tengo escusas para no creer. Que ya no tengo miedo a saber que te amo y que me quedaré. Quitémonos la ropa que nos viene bien… “
La diferencia entre la primera situación descrita y la segunda, radica en nuestro intento por “racionalizar” algo tan básico, como un acto que nace de los instintos. En la primera situación, se muestra cómo la mente toma el control, mientras que en la segunda situación, vemos como el protagonista simplemente, está concentrado en disfrutar de lo que está pasando entre la intimidad de los dos. A veces, olvidamos que no hace falta calcular nada, no hace falta forzar, son situaciones que nacen del instinto, de no ser razonable, de perder la cabeza poco a poco… haz click aquí para seguir leyendo.
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