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La felicidad: más allá del pensamiento positivo

La psicóloga Amalia Zarco publica este artículo para el blog de la Consulta, con motivo del Día Internacional de la Felicidad, que se celebró el pasado 20 de marzo, en el que reflexiona sobre el concepto de felicidad, de qué forma se puede llegar a alcanzar y la perspectiva que plantea la Psicología Positiva.


La puerta de la felicidad se abre hacia dentro, hay que retirarse un poco para abrirla,

si uno empuja, la cierra cada vez más.

(Sören Kierkegaard)


Si tomamos como punto de partida la pregunta ¿qué es la felicidad?, parece obvio que todos tenemos una referencia o sabemos y reconocemos su significado, pero a lo largo de la historia podemos encontrar diferentes dilemas a la hora de definir el concepto, su contenido esencial. Por esta razón, una de las obsesiones de la filosofía desde Aristóteles hasta hoy, ha sido analizar “la dicha” y los diferentes métodos para alcanzarla.


Los clásicos griegos la denominaban “eudaimonía”, un término que incluye el concepto de suerte. El vocablo inglés “happiness” procede del verbo “hap”, tener suerte. El francés “bonheur” resulta de la unión de “bon”, bueno y “heur”, suerte. En italiano, portugués y español, se la conoce por “felicita”, felicidade” y “felicidad”, voces procedentes del latín “felix”, afortunado. Pero, aunque la suerte puede ayudar a conseguirla, no es suficiente para disfrutarla. (Hernández, 2019). En el diccionario de la RAE, es definida como un “estado de grata satisfacción espiritual y física”.


En los años noventa, el campo de la Psicología Positiva inicia su desarrollo basándose en la preocupación e interés por el estudio del bienestar humano. Se refiere, por una parte, a nuestras experiencias subjetivas de bienestar, alegría y satisfacción (en relación al pasado); a la esperanza y el optimismo (para el futuro); así como a la experiencia de fluir -flow- y a la felicidad (en el presente). Por otra parte, alude a nuestros rasgos individuales positivos; a nuestra capacidad de amar y perdonar, a la vocación, la perseverancia, el talento, la visión de futuro, a nuestra creatividad. Por último, a nuestras virtudes grupales en relación con la comunidad; las capacidades cívicas, el altruismo, la moderación o la tolerancia (Seligman & Csikszentmihalyi, 2000).


Pero, ¿qué hace que nuestra vida se plena? ¿Qué caminos hemos de recorrer para llegar hasta ella?


La primera ruta, quizás la más conocida y relacionada con la noción más común de felicidad, el placer, consiste en incrementar la cantidad de nuestras emociones positivas la mayor parte del tiempo, percibiendo esas emociones en el presente. Focalizar el futuro con esperanza o recrear el pasado para cultivar la gratitud y el aprendizaje.


Pero este acceso a la vida placentera (felicidad) estará limitado por los rasgos de nuestra personalidad, nuestra genética - entre un 40% o 50% - (Lyubomirsky, 2007) y por la habituación a nuestras emociones positivas, un fenómeno rápido, con tendencia creciente a tener que incrementarlas, hasta que este incremento no causa mayor felicidad. Desde nuestro desarrollo evolutivo, el fenómeno de habituación es un factor protector frente a la adversidad, ya que también funciona ante nuestra reacción emocional altamente negativa, ante eventos vitales muy estresantes, mediante el cual, pasado un tiempo, las personas somos capaces de recuperar cierta estabilidad, sin importar la intensidad del estrés. (Diener, Lucas & Scollon, 2006).


La segunda vía, tiene que ver con nuestro compromiso con la tarea que realizamos, con nuestra capacidad de experimentar el dejarnos fluir -flow-. Este estado, lo alcanzamos cuando la actividad nos absorbe, de manera que tenemos la sensación de que el tiempo no cuenta. Suele ocurrirnos cuando nos apasiona el trabajo que hacemos, cuando leemos un libro, al tocar un instrumento o cualquiera que sea aquello que hagamos con verdadero deleite. Para que el flow ocurra, la tarea no tiene que resultarnos aburrida, ni tampoco muy estresante. Su exigencia y características y nuestras habilidades, deberán mantenerse en equilibrio con el compromiso que nos lleva a estar motivados, a realizar un esfuerzo y trabajo para concluirla.


La tercera ruta hacia la felicidad, tiene que ver con la búsqueda de sentido, entendiendo que se refiere a un desarrollo que vas más allá de lo personal. El objetivo es poder emplear nuestras fortalezas personales, en ayudar a los demás desde diferentes perspectivas o necesidades. Puede tratarse de facilitar a otros el desarrollo de sus potenciales y puede llevarse a cabo en la familia, el trabajo o la escuela. En definitiva, es poner nuestras capacidades personales al servicio de la comunidad, experimentando el sentido de este proceso. Además, estas relaciones fomentan la vida social, los vínculos positivos, que también están relacionados con el incremento de nuestro bienestar psicológico.


La realización de todas estas conductas, pensamientos y emociones positivas, son fruto de la interacción de nuestro cerebro con el entorno. Desde una perspectiva neuropsicológica, están implicados una serie de procesos mentales vinculados con la felicidad y, cómo no, con aquellos neurotransmisores y moléculas que los hacen posibles, que se encuentran relacionados con las rutas del bienestar (Barrantes, 2016):

· Endorfinas. Tienen propiedades analgésicas y son producidas durante un esfuerzo físico mantenido, o la actividad sexual. Realizar estas actividades de manera regular ayudará a reducir el dolor y mejora el estado emocional.

· Dopamina. Es la molécula de la recompensa, se relaciona con el impulso de búsqueda del placer y del comportamiento dirigido a la recompensa. Las personas extrovertidas, tienen mayores cantidades de dopamina. Una buena manera de incrementar sus niveles es fijarse una meta u objetivos y alcanzarlos.

· Oxitocina. Es la molécula de la vinculación. Es una hormona directamente relacionada con el vínculo, con el aumento de confianza, con la lealtad. La falta de contacto físico reduce su producción e impulsa el anhelo de relacionarse. Está implicada en el amor y la intimidad. Las relaciones sociales y los vínculos afectivos ayudan a mantener sus niveles óptimos.

· Serotonina. Es la molécula de la confianza. Implicada además en múltiples procesos, aunque lo más estudiado es su relación con la autoestima, el aumento de los sentimientos de dignidad y pertenencia. Para incrementar la serotonina, es aconsejable atender al propio desafío y realizar actividades que refuerzan el sentido del propósito de vida, significado y realización personal. Conseguir alcanzar objetivos, refuerza la seguridad en uno mimo y la autoestima.

· GABA. Es la molécula anti-ansiedad, está implicada en nuestra sensación de calma y puede aumentarse de manera natural, a través de la práctica de la meditación, la relajación o el yoga.


La Psicología Positiva ha contribuido a comprender los factores que generan fortalezas o capacidad de afrontamiento y en cómo éstos, a su vez, influyen en la salud física, nuestro bienestar subjetivo y las intervenciones afectivas, que favorecen los procesos que nos llevan a una vida más plena. Es complemento de otros modelos y terapias psicológicas, como la basada en solución de problemas o, como hemos visto, complementa los aportes de la neurociencia respecto a los procesos mentales, pero, sobre todo, hace énfasis en los aspectos positivos del ser humano, en nuestra capacidad para buscar y conseguir ser un poco más felices.


Amalia Zarco Ocaña

Psicóloga

Col.CM02728



Referencias


Alarcón, R. (2006). Desarrollo de una Escala Factorial para medir la Felicidad. Revista Interamericana de Psicología/Interamerican Journal of Psychology, Vol. 40, (1) pp. 99-106.


Barrantes, A. (2016) Las moléculas de la felicidad. Neuropsicolgía y aprendizaje. Recuperado de:


Diener, E., Lucas, R. E., & Scollon, C. N. (2006). Beyond the hedonic treadmill: Revising the adaptation theory of well-being. American Psychologist, 61, 305-314.


Lyubomirsky, S. (2007). The how of happiness. New York: The penguin press.


Seligman, M. (2011) La auténtica felicidad. Madrid: Zeta Bolsillo.


Seligman, M. & Csikszentmihalyi, M. (2000). Positive psychology: An introduction, American Psychologist, 55, 5-14.




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