El Dr. Carlos Chiclana y el psiquiatra Guillermo Lahera Forteza escriben este artículo en Tiempos de Psicoterapia sobre la importancia de la relación terapéutica como experiencia emocionalmente sanadora.

LA PREVALENCIA de la patología mental ha aumentado por diversas razones: pandemia, estrés de la vida, falta de referencias, redes sociales, etc. El consenso académico considera que en el desarrollo de trastornos mentales graves se da una interacción de genes con alta heredabilidad y naturaleza poligénica, con factores ambientales como complicaciones en el embarazo y parto, eventos adversos, funcionamiento familiar disfuncional, consumo de drogas, vivir en megaurbes bajo determinados estatus socioeconómicos o pertenecer a minorías étnicas segregadas.
La genética modula la sensibilidad al factor de riesgo y el ambiente produce cambios epigenéticos objetivables. Por tanto, la realidad nos pide un abordaje integrador con acciones biológicas, psicológicas, sociales, ecológicas y espirituales.
En este sentido, la psicoterapia es una intervención de primera elección que tiene eficacia demostrada en procesos como depresión, ansiedad, psicosis, adicciones, trastorno obsesivo-compulsivo o límite de personalidad. Pero algunos pacientes no responden y en torno al 10 % empeora.
¿Qué cambios se producen en el cerebro cuando se pasa de la intolerancia al estrés, la desregulación emocional, la disociación o la conducta desadaptativa a un estado más saludable?
Las investigaciones apuntan a los “factores comunes” como “principio activo” de este tratamiento: empatía, acuerdo acerca de los objetivos, alianza de trabajo, validación de la experiencia del paciente, expectativas de cambio y características personales del terapeuta.
Lo que propicia la neuroplasticidad en el desarrollo infantil sería lo que actúa en terapia: relación segura y confiada, cierto estrés-estimulación, activación emocional y cognitiva, y la co-construcción de una nueva narrativa personal.
La relación terapeuta-paciente, con un marco teórico, límites, transferencia y contra-transferencia, actúa como experiencia emocionalmente sanadora.
SENTIRSE ESCUCHADO
El paciente se siente escuchado, validado, cuestionado y apoyado para producir el cambio. Se han observado cambios bilógicos con un diálogo que re-evalúa, analiza y considera metas a largo plazo; así, se reduce la reactividad emocional de la amígdala y se activa la del córtex prefrontal. Se integran dos áreas prefrontales: la dorso-lateral, que evalúa el contexto y predice la realidad, con la órbito-frontal, relacionada con las emociones, motivaciones e impulsos. También se conectan la perspectiva en primera y en tercera persona y los recuerdos de alto estrés de la amígdala, con los recuerdos episódicos del hipocampo.
Gracias a la narrativa, –que funciona como cuando un niño incorpora conceptos abstractos al escuchar un cuento– el paciente que acude con una discurso agotado, se transforma gracias al diálogo en condiciones de seguridad con el terapeuta, porque se expande hacia un relato de los hechos más útil, real y adaptativo. Una nueva historia que resignifica lo vivido y ordena la experiencia, que le hace a la vez protagonista y espectador de una historia en la que sale bien parado, rememora fundamentos biográficos, hitos y dificultades superadas, y da sentido de coherencia a la experiencia vital.
Los sujetos atormentados en el dolor necesitan descubrir, junto a una persona fiable, una nueva historia de sí mismos.
Esperamos desarrollar más proyectos interdisciplinares que integren el sustrato y el tratamiento biológico, psicológico, social, ecológico y espiritual de la enfermedad mental. Necesitamos genetistas con conocimientos de sociología, psicoterapeutas expertos en fisiología y médicos abiertos a la potencia de la mente. Y necesitamos aceptar las paradojas que la realidad nos impone.
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