El Dr. Carlos Chiclana escribe este artículo para la revista Omnes, en el que habla sobre los diferentes tipos de amor y la integración de la sexualidad y la vivencia de esta en la persona.
Puedes amar a la patria, tu profesión, a los amigos, a tus padres, a los hijos, a un cónyuge, a la sociedad. La palabra amor se relaciona sobre todo con el amor entre un hombre y una mujer “en el cual intervienen inseparablemente el cuerpo y el alma y en el que se abre al ser humano una promesa de felicidad que parece irresistible, en comparación del cual palidecen a primera vista, todos los demás tipos de amor” (Deus caritas est, n. 1).
¿Qué pasa cuando entre un hombre y una mujer sólo interviene el alma? Queda en algo descafeinado, se enamoran de un ideal y no de una persona, algo espiritualista, casi irreal. Así les pasó a Inés y Salomón. Se conocieron en el grupo parroquial. Tenían una práctica cristiana, tenían unos ideales, deseaban formar una familia cristiana. Decidieron casarse para llevar a cabo este proyecto. Tras casarse se encontraron con un hombre y una mujer reales, con defectos, con problemas y la sexualidad entre ellos se hacía muy difícil, porque la comunicación no era buena, prácticamente no existía. ¿Habían hablado antes de casarse? Sí, pero casi únicamente en términos de “proyecto de familia cristiana”, pero olvidándose de que ellos, de carne y hueso, eran parte fundamental de los cimientos.
No olvides que el cuerpo no es sólo el aparato genital-reproductor, hay otras partes que pueden intervenir en el amor, para que sea un amor real y sin necesidad de pasar por la cama: cerebro, mirada, oído, presencia. En sexología se afirma que la zona más erógena del cuerpo humano es el cerebro. Algo parecido le pasó a María, que ingresó en un monasterio arrastrada por el amor a Cristo. Se entregó con toda su alma, pero a su cuerpo lo ignoró y éste se empeñaba en llamar la atención con atracones de comida, con dolores o con bajones de ánimo. Resumimos, aunque de forma poco científica: “es que te faltan siete abrazos”.
¿Qué pasa cuando en la relación sólo interviene el cuerpo? Que se da un encuentro de cuerpos, pero no de personas. Se intercambian fluidos, caricias, choques, roces… pero sin el alma no se completa el amor. Se tiene sexo, no se hace el amor, se hace el coito, se copula. Algo así le pasaba a Anuska que decía “parece que llevo un cartel que dice: eh, quiero ser tu amante”. Conjunción de alma y cuerpo, lo estudiamos en el catecismo, y no queremos relegar al cuerpo como si fuera malo. “La Iglesia enseña que la verdad del amor está inscrita en el lenguaje de nuestro cuerpo. En efecto, el hombre es espíritu y materia, alma y cuerpo; en una unión sustancial, de forma que el sexo no es una especie de prótesis en la persona, sino que pertenece a su núcleo más íntimo. Es la persona misma la que siente y se expresa a través de la sexualidad, de forma que jugar con el sexo, es jugar con la propia personalidad”, decía el obispo Munilla en un congreso.
Entre los amores referidos está el de Dios. ¿Es uno el amor, como uno es Dios y todos los otros se le refieren o derivan de él? Aunque se les llame amor igualmente, ¿son totalmente distintos? ¿Cómo integrar con lo espiritual algo que es material y carnal?
¿Cómo integrar la sexualidad si siendo soltero o célibe no te acuestas con nadie o siendo casado sólo lo haces con una persona? Tampoco te acuestas con tu madre, ni con tu hermano, ni con tu jefe… y puedes quererles muchísimo. En esas relaciones también están presentes los valores sexuales –expresión de san Juan Pablo II– y, para que sean naturales, en el orden de espontaneidad que les corresponde a cada una, lo lógico y natural es que haya manifestaciones sanas y ordenadas, expresiones corporales coherentes con esa relación.
Tras una sesión sobre el desarrollo del potencial erótico, me escribió una chica muy contenta porque se había dado cuenta de que había otra perspectiva para establecer las relaciones humanas: amar primero a la persona y después establecer la relación, de acuerdo con quién es esa persona y quién soy yo. En otro encuentro que titulé “Del amor a la amistad sin pasar por la cama”, antes de comenzar, una chica intervino: “Perdone, en el cartel pone mal el título, ¿no? Debería decir: de la amistad al amor sin pasar por la cama”. ¡La sesión ya estaba dada! Había tocado justo donde quería.
Mi sugerencia es que si amas antes, a esa persona en concreto, en su “personificación” y “personalización”, te planteas qué tipo de relación y qué amor quieres tener con ella, para que tanto tú como ella os personalicéis más en esa dinámica, tú seas más tú, más libre, más auténtico; y la otra persona también. Primero amar –con una cierta imitación de Dios, que nos ama primero, como predilectos suyos– y luego decidir por dónde llevar la relación: personas únicas, diferentes amores.
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