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Desiertos que refrescan

El Dr. Carlos Chiclana publica este artículo para la revista Omnes en Reverendo S.O.S, para dar luz a aquellos momentos en los que la vida espiritual pasa por el desierto, y proporciona algunas pautas para salir fortalecido de este.



Lo ordinario en el desarrollo de la vida espiritual es pasar por el desierto. Lo hizo el pueblo judío, Juan Bautista, Cristo y otros tantos que han venido después. El desierto espiritual puede confundirse con una crisis existencial, con una depresión o con una noche oscura. También puede solaparse con todas ellas.


Puedes atravesar desiertos personales, matrimoniales, vocacionales, espirituales, institucionales, etc. Allí las condiciones son espartanas, hace mucho frío y mucho calor, hay poca compañía, la alimentación es precaria, el tiempo pasa lento, prima el silencio, hay polvo y bichos, son lugares inhóspitos, austeros y desagradables. Es lógico quejarse y buscar consuelo, ya sea un becerro de oro, convertir piedras en pan o llorar por los puerros y cebollas que antes comías.


Y a la vez, recuerda que vas de paso, que dejarás atrás algo que sobraba, que sabes que es un desierto porque has conocido otros parajes y puedes comparar. Que ahora estés ahí no anula lo vivido antes ni lo niega, si acaso lo refuerza, lo afirma y lo contrasta. Que antes fuera distinto también reafirma que ahora estás en ese paraje desolador. La sequedad emocional de esta temporada contrasta con la sabia conciencia que señala de forma connatural la verdad. El desierto es un lugar solitario donde únicamente

Dios te encuentra al amanecer después de haberte contemplado mientras dormías.


No le tengas miedo, asusta sí, y lánzate a recorrerlo porque nos conviene aunque no lo entendamos.

1.- Amenaza con desestructurar tu vida. Parece que se ha terminado todo, que ya nada tiene sentido, que todo lo anterior era falso. Aparecerán grandes desasosiegos y/o sutiles planteamientos engañosos: desilusión, cansancio, cuestionamiento existencial o enmienda a la totalidad.


2.- Cuestiona. Atravesarlo supone discernir de nuevo. Sí, otra vez. Qué es trigo y qué cizaña, qué está recto y qué torcido, qué es luz y qué sombra, te preguntan los demonios y las fieras, si es este camino o el otro. Es una deliberación lúcida en la que, al mismo tiempo, sabes y no sabes, ves y no ves.


3.- Despierta al espíritu para que vuelvas a empezar, y a comenzar de verdad. Es el preámbulo de un nuevo camino espiritual, para retornar a lo esencial y hacer las cosas nuevas. No niega el pasado, sabes de dónde vienes, incluso a veces huyendo del egipcio de turno. El sol te quema la piel que tenías y aparece una nueva. Tienes sed y ansías la luz; a diferencia de los cuadros depresivos, donde todo te da igual, aquí quieres encontrar la verdad.


4.- Muestra el norte. Para ver bien las estrellas, cuanta más oscuridad mejor. Parece -eso dicen los místicos que nos iluminan con sus noches oscuras- que Él no exime de la fecunda negrura del ciego que recobra la vista. La falta de luz en la tierra te permite ver las estrellas del cielo, donde la Polar permanece a tu servicio. Si confías a la noche tu tiempo y esperas, al final, siempre te sorprende regalándote un amanecer. Hay esperanza, frente a la desesperanza de la depresión.


5.- Despeja y aturde a la vez. Genera confusión al principio: ¿qué está pasando? Poco a poco te centra y permite no distraerse porque hay poco ruido allí, con tanto vacío alrededor. Te libera de pesos que no son necesarios para avanzar. En el silencio la palabra se escucha mejor. Sin tanto complemento el Verbo es más auténtico y sabes que está ahí, aunque no sientas casi nada espiritualmente, y en otras áreas de tu vida sigues tan vivo como siempre.


6.- Despereza. Cuando te encuentras tan vendido tienes dos opciones: o espabilas y sigues caminando para vivir, o te abandonas y mueres por la nada desértica. Este escenario te propone una vida plena según el espíritu, porque los apoyos materiales, estructurales, institucionales o de tareas son pocos, poco apetecibles y sacian poco. El desierto no te adormece como las alteraciones del estado del ánimo.


7.- Desprende. Para poder avanzar por las arenas es necesario desprenderse de lo que no es imprescindible: ocupaciones, encargos, actividades, distracciones. Asusta porque parece que no quedará nada, pero quedaréis tú y Dios que, además, en medio del despoblado, te dirá con una media sonrisa “dadles vosotros de comer”, cuando lo único que te queda son harapos, mucha hambre y mucha sed.


8.- Adentra. Como el exterior del desierto no tiene mucho interés y es siempre igual, es necesario dejar de buscar fuera lo que tienes dentro. Así, te sitúa en un escenario propicio para el encuentro contigo mismo, con la propia verdad, y ver que allí dentro ya te estaban esperando para la boda. Sin embargo, en la depresión no eres capaz de reflexionar.


9.- Renombra. Con tantas piedras alrededor, al final ves tu nombre escrito en todas las piedrecitas blancas. Un nombre nuevo, tras el viaje del héroe, que resulta que es el mismo nombre de antes.


Así, haces historia, construyes tu historia, y sales del desierto despierto, vitalizado y con esa mirada -comprensiva, asombrada y apreciativa- sobre ti, los demás y la vida, que te permite disfrutar mucho más de cada gota de agua.




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