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  • Carlos Chiclana

Intimidad sin miedo para una sana amistad


El doctor Carlos Chiclana publica este artículo para la revista Palabra.

Una personalidad armónica supone tanto el cultivo de la intimidad como la capacidad de compartirla. La amistad es necesaria para ambas cosas. Desde nuestra propia intimidad podemos conectar con la de los otros, y podemos amarles.

Actualmente hay una epidemia de “miedo a la intimidad” afectiva y emocional. Es más fácil tener una relación sexual o conocer mucho de la vida de otras personas por redes sociales que conocer su intimidad, sus emociones, su sufrimiento, sus ilusiones interiores, etc. Tener amigos es peligroso, pueden hacerte daño, abandonarte, no quererte o fallar; tener experiencias con personas es muy fácil.

Por eso, el espacio de dirección espiritual honda y verdadera puede ser sanador para muchos que no han aprendido a tener intimidad. Será de mucha ayuda realizar una dirección y acompañamiento de personas que promuevan que haya intimidad entre ellas; que aprendan a poner el volumen adecuado en cada relación; que sepan comunicar qué piensan, qué sienten, qué quieren; que puedan decir sí y decir no, pedir ayuda, dejarse ayudar y ser acompañadas.

La primera intimidad es con uno mismo, promovida por la capacidad de reflexión, al hacerse caso y validar las propias emociones. Así se genera un espacio adecuado entre lo que ocurre y la respuesta que quiero elaborar, y evito sentirme determinado o reaccionar sin control. Quienes no se han detenido a mirarse ni a buscar el origen de esos pensamientos y sentimientos suelen estar desconectados de sí mismos, y esto incapacita para poder darse de verdad a otros o trascender hacia lo sobrenatural.

Para salir es necesario estar dentro. Conectar con uno mismo es un paso necesario antes de conectar con la intimidad del otro, y poder pensar lo que piensa y sentir lo que siente. Pregúntate: ¿quién es la persona que Dios me ha encomendado que cuide con mayor esmero? No sé qué habrás pensado, pero la parte de la creación que Dios te ha encomendado en primera lugar eres tú mismo. Junto al “conócete a ti mismo” del templo de Delfos, escribiría también “ámate a ti mismo”, para que te valores, quieras, cuides, custodies, defiendas. Para que puedas querer al prójimo como a ti mismo.

Precisamente desde nuestra propia intimidad podremos conectar con la intimidad de todos aquellos con los que nos encontremos, sin miedo, porque ahí podremos amarles. Nos ayudará el principio de “el tercero en concordia” por el que, si queremos amar a Dios, amaremos primero a los demás que hay a nuestro alrededor: así amaremos a Dios a través del tercero en concordia, el otro. Si queremos amar a otro, lo haremos a través del tercero en concordia, Dios, sabiendo que Él, y no yo, es el centro de nuestra relación con esa otra persona.

Cuando abres tu interior aparecen riesgos y miedo, la vulnerabilidad, no saber decir que no, no saber poner límites y sobrecargarte por ayudar de más a otros. Ante todos estos riesgos es fácil cerrar las compuertas y no compartir nuestra intimidad, ni dejar a otros que la compartan conmigo. San Agustín fue muy consciente de este miedo y escribía: “Amar, de cualquier manera, es ser vulnerable. Basta con que amemos algo para que nuestro corazón, con seguridad, se retuerza y, posiblemente, se rompa. Si uno quiere estar seguro de mantenerlo intacto, no debe dar su corazón a nadie, ni siquiera a un animal. Hay que rodearlo cuidadosamente de caprichos y de pequeños lujos; evitar todo compromiso; guardarlo a buen recaudo bajo llave en el cofre o en el ataúd de nuestro egoísmo”.

Para un sacerdote, el camino de las relaciones es imprescindible y es necesario dejarse afectar por la realidad, por las personas, sus actitudes y entrar en relación. Para poder desarrollar virtudes es necesario dejarse afectar, y para tener vida contemplativa es necesario dejarse afectar. Si no amas a tu prójimo, ¿cómo vas a amar a Dios?; si no contemplas a tu prójimo, ¿cómo vas a contemplar a Dios?

Algunas ideas prácticas para ayudar a desarrollar la intimidad son las siguientes: desarrollar amistad con muchas personas; compartir aspectos íntimos también con personas distintas de aquella que nos acompaña espiritualmente, aunque no de temas de vida interior, sino de familia, de intereses, de proyectos, de ilusiones, de sufrimientos, etc.; promover que en los encuentros con grupos de personas se puedan contar cuestiones personales, preocupaciones, penas, alegrías, etc., y se respete el contenido emocional, sin hacer burlas de ello; escuchar siempre antes de hablar o de comunicar algo; al preguntar en el acompañamiento, atender también a los aspectos emocionales; tener tiempo para estar con las personas y escuchar el modo en que piensan y sienten su vida, la formación, sus proyectos; preguntar por los aspectos sentimentales y emocionales relacionados con la vida interior y espiritual, la lucha ascética y los deseos de Dios; escuchar cómo entienden / interpretan / valoran las indicaciones, los textos que les facilitamos, etc.; estar disponible para hablar, llamar, ir, estar, acompañar, escuchar,… y dejar que otros lo estén para nosotros.

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