El Doctor Carlos Chiclana publica este artículo para la revista Palabra.
Cuando acompañamos a alguien nos ayudará considerar algunos aspectos de contenido psicológico que sirvan de estructura para facilitar el desarrollo personal de quien nos pide dirección espiritual.
Esto también servirá para cuidar de nosotros mismos y que sea una atención de mayor calidad. Podemos establecer el marco y los cimientos de esa relación; favorecer que sea una relación asimétrica que se crea bidireccionalmente; comunicar con efectividad y facilitar que haya aprendizaje y resultados.
Establecer el marco y los cimientos de esa relación
1. Saber quién soy yo.
Lo que nos lleva a establecer esa relación de ayuda es nuestro afán de servir a Dios y a los demás. Quien se nos acerca lo hace con la confianza de que un acompañante espiritual está cercano a Dios, de que tiene una vocación particular y de que, precisamente porque su corazón está muy unido al de Cristo y está entregado a Él, no sólo no hay riesgo de tonterías, sino que el acompañante va a ser extremadamente cuidadoso, va a mantener los límites necesarios y se va a quedar al margen de todo aquello que atente contra lo saludable y santo de esa relación.
Así, pondremos empeño sobrenatural y habilidades humanas para hacerlo lo mejor posible. Por eso, necesito saber si tengo las competencias adecuadas para ser acompañante, desarrollaras y enriquecerlas. Me formaré antes de dedicarme a acompañar.
Suele ayudar bastante que el acompañante se haya preparado con un trabajo personal psicológico, que consiste en conocer bien su estructura psicológica, su personalidad, los acontecimientos de vida y relaciones del pasado que han influido en su desarrollo personal, posibles heridas psicológicas, etc.; y disponer de estrategias psicológicas para que lo vivido previamente no interfiera en la atención de las personas. Servirá para tener su pasado, sus problemas personales y sus dinámicas interiores ordenadas, de forma que, en el futuro, en sus tareas de acompañamiento a otras personas, no confunda sus emociones o situaciones con las de la persona a quién ayuda. Este trabajo puede ser realizado con un director espiritual con cierta formación en psicología o por un psicólogo amante de la fe.
Así, al igual que en otras profesiones, esta preparación personal ayuda para que la propia psicología no interfiera en el desempeño, para saber cuidarse personalmente y no caer en el síndrome del quemado. Será de mucho interés que quienes van a estar expuestos a acompañamientos normales y problemáticos, dinámicas grupales normales y problemáticas, escucha de grandes alegrías y de grandes problemas, etc., dispongan de la preparación humana suficiente para saber regularse emocionalmente, además de los medios sobrenaturales.
2. Saber quién es y qué quiere.
En principio, quien nos pide acompañamiento ha llegado hasta mí por diferentes motivos que es necesario conocer. Hemos de situarnos bien en su vida y su interés, para poder afrontar el inicio de la relación adecuadamente. Quién es, cómo ha llegado hasta aquí. Será de ayuda conocer su pasado, otras experiencias previas de acompañamiento, formación que tiene, vivencia de la fe, educación recibida, rasgos de personalidad, características de su familia de origen, etc. Cuánto mejor le conozcamos, con mayor finura podremos acompañar. Todo esto se hace forma progresiva, dándonos tiempo para establecer una relación humana real, con comunicación efectiva, que se hará más profunda con la dedicación de tiempo e interés.
Progresivamente se clarificarán sus necesidades, y se verá si su petición inicial coincide con sus necesidades reales o no. En ocasiones ya nos dimos cuenta al inicio, y es muy beneficioso esperar hasta que sea el interesado quién lo perciba y aprecie, sin acelerar los tiempos.
3. Establecer un acuerdo de los objetivos de esas conversaciones.
Será de interés establecer unas bases de esa conversación. ¿Para qué quieres que hablemos? ¿Por qué estás interesado en hablar conmigo? ¿Qué objetivos persigues tú y qué te puedo dar yo? El interesado debe ser quien solicita el acompañamiento. Tú puedes acceder a recordárselo, a reservarle el tiempo, pero perseguir a alguien para ser acompañado no suele ser de mucha ayuda a no ser que el interesado pida que se le ayude de esa manera y se vea que es beneficioso.
Pon de manifiesto para qué habláis -suele ser que se pueda acercar más a Cristo-, adaptándolo al estilo personal que cada cual pueda entender, según quién es; no es lo mismo un niño pre-Comunión, que un anciano en vida ascendente o un joven en discernimiento. Tú hablas conmigo porque te haces consciente de que vienes por aquí para ser mejor, para buscar la santidad; y yo te puedo ayudar a eso, porque sabes que yo respeto unos valores humanos y cristianos y eso te da confianza en que te voy a orientar adecuadamente.
(Seguirá en Parte II)