La psicóloga Inés Bárcenas colabora con Ana Iris Simón en este artículo para la revista Vice Magazine.
Para explicar su visión de la sociedad contemporánea Zygmunt Bauman usó la metáfora del guardabosques. El filósofo polaco pensaba que, si en la era premoderna éramos guardabosques que protegían los territorios, los defendían y contribuían a preservar el equilibrio de los ecosistemas, al entrar en la modernidad nos convertimos en meros jardineros.
Empezamos a pensar que en ningún terreno en el que crecieran plantas podía haber orden alguno de no ser por nuestras tijeras de podar, por nuestra ambición, preocupación y cuidados. Empezamos a elegir qué plantas crecerían, de qué manera las dispondríamos, hasta dónde las dejaríamos crecer y, en última instancia, inventamos el concepto de "mala hierba" y comenzamos a arrancarlas.
Y puede que algo así nos haya pasado también con el amor. Puede que, a fuerza de querer dejar de ser guardabosques, gracias a nuestro ímpetu por romper con lo asumido, con lo impuesto, nos hayamos convertido en jardineros que lo tocan todo con guantes —no vaya a ser que las rosas o las zarzas pinchen— y que ya no le temen al ataque del oso o del lobo porque han construido grandes vallas y han puesto cepos alrededor de su jardín. Y sin embargo seguimos teniendo miedo.
¿Puede que en nuestra lucha por la deconstrucción de ese amor romántico que tanto daño nos ha hecho y que corre paralela al auge del movimiento feminista, en la huída de ese paradigma de Disney contra el que clamaban tantas pancartas el pasado 8 de marzo nos estemos pasando de frenada? ¿Puede que hayamos dado lugar a otro paradigma igualmente jodido aunque por razones distintas, a un modelo basado en el desapego, en el match-polvo-ghosting, en el que todo y todos somos susceptibles de ser "tóxicos"?
SI TODO ES TÓXICO, ¿NADA LO ES?
"Es cierto que de un tiempo a esta parte se ha puesto de moda la palabra 'tóxica' para referirse a una persona, no solo en el contexto de una relación amorosa. Encontrarás mil artículos del tipo Cómo alejarte de personas tóxicas, Cómo saber si tu pareja es tóxica, Cómo detectar y evitar a la gente tóxica, Perfil de la gente tóxica... ", comenta la sexóloga y terapeuta Adriana Royo, autora de Falos y falacias.
"Lo que ha ocurrido es que se ha reducido la palabra a un mero gancho superficial y vacío para producir best sellers y generar ingresos a través de la trivialización de las relaciones humanas. Siete pasos para evitar a la gente tóxicao 10 tipos de personas tóxicas producen dinero porque no te hacen reflexionar verdaderamente acerca de la toxicidad en sí misma y su realidad, que no es otra que no es que haya una persona tóxica y tú seas tan puro que te contamina. Desde nuestro narcisismo apuntamos y señalamos al otro como el tóxico cuando en realidad lo tóxico es nuestra propia ceguera, el autoengaño, esa verdad dolorosa que te niegas a escuchar, las justificaciones, las excusas e historias que nos inventamos con tal de no mirar nuestro propio dolor. Lo tóxico es juzgar a alguien de tóxico sin mirar nuestra propia toxicidad", comenta."Desde nuestro narcisismo apuntamos y señalamos al otro como el tóxico cuando en realidad lo tóxico es nuestra propia ceguera, el autoengaño"
En esta misma línea la psicóloga Inés Bárcenas afirma que en toda relación tóxica "se establecen roles recíprocos, por ejemplo perseguidor-víctima, dominante-dominado, abandonador-abandonado, en los que cada individuo se encasilla de forma inconsciente. Las personas que acuden a terapia aludiendo que están con una persona tóxica rara vez vienen con la percepción de que puede haber algo disfuncional también en su manera de relacionarse. En eso consisten los primeros pasos del proceso terapéutico, en fomentar la autoconciencia acerca de los patrones individuales que están encerrando a la persona en esa relación tóxica, algo que tiende a liberarles del sentimiento de indefensión que con frecuencia les caracteriza".
Así, cuestionarnos el cuestionamiento constante —y el posterior juicio— que algunos hacemos hoy de las relaciones no implica soportar comportamientos tiránicos o abusivos, la manipulación o los celos patológicos de los otros. "Claro que hay humanos que tienen todos los comportamientos anteriores", comenta Adriana Royo. "Pero todos y cada uno de nosotros los tenemos de vez en cuando. El problema es cuando alguien tiene este comportamiento de forma constante y quien lo sufre, con su culpa o su empatía o su miedo cae y cede y deja que tergiversen tu realidad. Ahí decimos que el otro es tóxico, pero en realidad lo que ocurre es que está cagado de miedo y manipula para tener el poder mientras que el que sufre las consecuencias de esos comportamientos le deja que tenga poder sobre él. Eso puede llamarse relación tóxica, sí, pero en esa relación hay dos, no uno que es el malo y el otro es el pobre inocente al que pervierten", concluye.
EL PAPEL DEL FEMINISMO
El feminismo, que nos habla habitualmente del amor romántico como herramienta de control y sometimiento a la mujer y la relectura desde una perspectiva de género de las relaciones de pareja ha hecho que muchos —y sobre todo, muchas— nos cuestionemos nuestros roles, nuestros modelos de amar. En el camino puede que incluso nos hayamos dado cuenta de que nuevos paradigmas empiezan a despuntar. Y de que tampoco son un camino de rosas.
En este artículo de Píkara Magazine en el que Laura Latorre se cuestiona si se puede o no pensar el amor y teorizar sobre él, la autora cuenta lo siguiente: "Estoy convencida de que muchas veces tener unos ideales o principios nos puede servir para hacer algo creativo y no violento con algunas emociones o situaciones, para no reproducir ciertas normas sociales de opresión. Pero otras veces, esos discursos pueden llegar a convertirse en una barrera simbólica que nos impide ser. En mi experiencia, por aferrarme a un ideal, algunas veces en lugar de estar abierta me he perdido y en lugar de sentirme libre me he sometido. A veces, incluso una de mis identidades preferidas, como puede ser la feminista, me ha hecho cerrarme a vivir la contradicción, porque también en esas identidades existen muchos deberías y normas sutiles de cómo hay que vivir el amor, haciendo que la experiencia amorosa esté plagada de historias únicas".
¿Puede entonces el feminismo hacernos repensar y vivir el amor de manera más libre y a la vez atarnos a paradigmas que nos sometan y nos impidan vivirlo en plenitud? "El ser humano", comenta Adriana Royo, "tiene pánico a la disociación cognitiva, al hecho de vivir la paradoja de lo que es ser humano. Puedo creer una cosa y sentir otra, puedo aferrarme a un dogma pero por otro lado probablemente sentiré y pensaré aspectos que van en contra de ese dogma con el que me identifico.
Solemos aferrarnos a grupos, a ideas y a creencias que nos aporten identidad y que reflejen nuestros valores, nuestras formas de ser, pero ser humano es ser contradictorio. Es tener partes oscuras, envidiosas, tiranas que van en contra de nuestros ideales. Por eso es tan peligroso aferrarse a un dogma, a un maestro o a una idea y seguirla a pies juntillas. No solo porque nos cierra al cambio y a mutar y transformarnos, sino porque no va a representarnos. Solemos encajarnos en etiquetas y vivir y desarrollar nuestro ser desde ahí: 'yo soy esto, o yo soy lo otro'. Ya, pero es que también eres eso y lo contrario. Siempre vas a encerrar la contradicción y la lucha cognitiva". "Solemos encajarnos en etiquetas y vivir y desarrollar nuestro ser desde ahí: 'yo soy esto, o yo soy lo otro'. Ya, pero es que también eres eso y lo contrario"
"Además", añade Inés Bárcenas, "los seres humanos tienen distintos estilos afectivos y de vinculación, tal como señalan Amir Levine y Rachel Heller en su libro Maneras de amar. Existen personas que necesitan relaciones sentimentales más estrechas, demostraciones de amor más recurrentes y mayor intimidad. Sin embargo, otras encuentran su equilibrio en la independencia, la alternancia con varias parejas o en las demostraciones de afecto ocasional. En este punto, algunas teorías feministas acerca del amor y la liberación sexual de la mujer pueden entrar en conflicto con las necesidades afectivas de algunas personas, induciendo una disonancia entre nuestras necesidades de apego y nuestra posición ideológica"
NO, NO TODOS LOS CELOS SON TÓXICOS
Una de las piedras angulares señaladas siempre tanto en el amor romántico como en la toxicidad son los celos. Las simplificaciones nos llevan a veces a pensar que siempre que hay celos, ese algo o ese alguien, el objeto o el sujeto del amor, es necesariamente tóxico. Pero, ¿es realmente así?
"Vivimos con el miedo a que se vayan de nuestro lado, a que nos abandonen y nos reemplacen de manera permanente, así que los celos actúan como un mecanismo de varias capas para tener poder en el caso del amor romántico. En principio en el amor romántico como no debes estar con nadie más no tienes por qué gestionar los celos, pero ese es precisamente el problema. Que nadie nos ha educado de pequeños a gestionar nuestras emociones y luego nos sobrepasan, o las reprimimos, o nos las negamos, o explotamos de golpe después de acumularlas", comenta Adriana Royo.
"Cuando sentimos celos lo que hacemos normalmente es señalar al otro, al culpable de nuestros celos, pero no miramos nuestra propia inseguridad, no nos paramos a escucharnos ese miedo, no nos paramos a reflexionar, a ver dentro. Desde mi punto de vista, lo más adulto es aceptar que nuestra inseguridad muchas veces viene acompañada de celos, y que nuestro miedo al abandono va a hacer lo posible para que el otro no se vaya, usando tácticas manipuladoras, maltratadoras y en ocasiones abusivas. No solo en las relaciones tóxicas se sienten celos, en las sanas también. Somos humanos con miedos, es lo que hay, lo que hay que hacer es abordarlos de forma adulta, no como niños a los que les han sacado el chupete", termina.
DEL AMOR ROMÁNTICO AL DESAPEGO
"Hemos pasado de una especie de encorsetamiento de apego y amor romántico, que, insisto todavía sigue impactándonos con canciones, películas y comportamientos a una súper exposición de cuerpos y superficialidad de relaciones en la que el desapego es la moneda de cambio", dice Adriana Royo.
"Años atrás si no te apegabas estabas mal visto, ahora parece que si no eres desapegado es que estás obsoleto. Parece que vivimos más libres si no nos apegamos y consumimos cuerpos uno detrás de otro. Está muy bien vivir los afectos y la sexualidad, cada cual como quiera y desee, el problema es que, en general, se premia la cantidad y no la calidad. A día de hoy no buscamos relaciones realmente sostenidas sino más bien "relaciones que sean ligeras y laxas" siguiendo el patrón de Richard Baxter, según el cual las riquezas deben "descansar sobre los hombros como abrigo liviano" para "poder deshacerse de ellas en cualquier momento".
"De esta manera, la gran parte de las relaciones que se forjan hoy son desde este molde, con aspecto desapegado y libre, pero con individuos infinitamente aterrados a compartir, a cambiar y a afrontar que somos mutables y mortales, pero sobre todo, que estamos muertos de miedo a que nos conozcan, rechacen y nos abandonen", concluye.
"La tendencia emergente al desapego y a las relaciones líquidas constituyen una representación social de la negación de nuestra propia vulnerabilidad y de nuestra inherente dependencia de la alteridad", coincide Inés Bárcenas. "Seguimos estancados en el ideal del hombre (ahora también de la mujer) fuerte, independiente y hecho a sí mismo. Sin embargo, existimos en relación, tal como señala Boris Cyrulnik, sin la presencia de otro no podemos llegar a ser nosotros mismos, el ‘yo’ no puede vivir solo. El amor es adentrarse en uno mismo a través del otro, descubrir y permitir ser descubierto, amar es compartir el ‘yo’ con otra persona’".